“¡Ah, si tratase uno de abandonarse a sus
sentimientos ciegamente, sin reflexión alguna,
sin buscar ninguna razón, alejando de sí toda
conciencia, aunque no fuera más que por algún
tiempo...! ¡Entonces la cosa sería muy distinta!
¡Maldice o adora, pero no estés con los brazos
cruzados! Desde el día siguiente te despreciarás
por haberte engañado a ti mismo a sabiendas.
Resultado final: pompas de jabón, inercia...”
(Dostoievski, F. – Memorias del Subsuelo)
sentimientos ciegamente, sin reflexión alguna,
sin buscar ninguna razón, alejando de sí toda
conciencia, aunque no fuera más que por algún
tiempo...! ¡Entonces la cosa sería muy distinta!
¡Maldice o adora, pero no estés con los brazos
cruzados! Desde el día siguiente te despreciarás
por haberte engañado a ti mismo a sabiendas.
Resultado final: pompas de jabón, inercia...”
(Dostoievski, F. – Memorias del Subsuelo)
“Sí, pudo volver a verla. Después de casi un año entero de solamente recordarla y anhelar un reencuentro. Ambos estaban prisioneros de la distancia.
Él, ya medio como que se había olvidado el timbre de su voz, la tibieza de su abrazo, su beso ‘punto-y-aparte’ (después de un beso de sus labios, se podía comenzar de nuevo, se comentaba).
La notó algo más delgada que la última vez, y no supo con certeza si los consejos sobre alimentación vinieron antes o después de mirarla y sentir que nada había cambiado, que los casi diez meses que duraron sus recíprocas ausencias se hicieron trizas cuando se besaron en esa oscuridad conocida, sobre aquella pared también conocida mientras, del otro lado, el mundo podía estar derrumbándose, que el infinito tenía el sabor de ella, otra vez, en su perfume infantil, en sus perfectos labios tan extrañados y vueltos reales sólo para él, esa noche de fines de primavera.
Volvieron a estar juntos, para sorpresa de nadie. Todo le resultó harto familiar: cómo ella respiraba en su oído, la forma en que le pasaba los brazo por su cuello, y lentamente se acomodaba, para ir dejándose vencer por el sueño que la tironeaba cada vez más y la arrancaba de su lado.
Es que todo se sucedió tan natural, que pareció (al menos, a él le pareció) que había sido ayer cuando iba a su casa, cuando viajaba esos kilómetros para verla; todo estaba en su lugar, y creo que ambos estuvieron en paz, disfrutaron esas horas que duró la ubicuidad.
Los días posteriores, todo fue muy confuso; sabía que ella no pensaba en él, hacía varios meses que había dejado de hacerlo (él lo sabía, pero qué diablos). Sabía que el verano pasó, y dejó varios sentimientos a su paso, chorreando sensaciones, algunas dulces, algunas no tanto, algunas constantes y algunas otras más constantes. Sin embargo, estaba feliz por volver a sentir ese beso infinito, el perfume que ella impregnó en su ropa, todo, todo hacía a la perpetuidad del recuerdo.
Se sentó, tomó un vaso de agua fresca, pensó, sintió, pero principalmente pensó. Esta historia ya la había vivido. Se dijo, en voz alta, como compadeciéndose de sí mismo, que no estuvo tan mal equivocarse (si es que era eso), que siempre funcionó por necesidad, y esta vez no era la excepción: quería que ella lo besara, que su mirada lo enmudeciera; quería verla reír (y ser él quién generara esa risa), quería mirarla y no pensar en qué iba a suceder después, porque sabía que después ella no lo pensaría.
Quería perpetuar un momento. Solamente quería volver a verla.”
FIN
UN CRONOPIO
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