“Es dura la vida cuando se siente que se intenta y se intenta, y no se llega a nada. Ocurre en el amor, en el trabajo, en los itinerarios del día a día. Es duro tener que despertarse cada amanecer, pensando en que tal vez todo pudo haber sido distinto, medio como renegando de la propia suerte, y lo mismo de siempre: el cepillo de dientes en su lugar, el mismo espejo, la misma rutina, todo, absolutamente todo en su lugar, en el mismo lugar donde lo dejamos ayer y seguramente estará mañana. El miedo al fracaso, el fracaso anterior que generó el miedo, y así vamos. Duros son los golpes en el pecho, en el corazón, cuando vemos que se pasan los días, los meses, y la meta parece tan lejos; cuando ese deseo de trascender en la historia, de no ser uno más entre tantos se va diluyendo como arena en la cintura del reloj. Y todos –creo- pensamos a veces en contentarnos con lo que tenemos, convencernos a nosotros mismos (que es lo más difícil) que todo no marcha ni tan bien, ni tan mal, que el haber estudiado, el haber trabajado, el haber “lo que se te ocurra” nos puede dejar contentos. Por un rato, hasta que se empieza a sentir la carencia, la falta de algo, de ese “algo” con el que nos queremos chocar, comenzándose a desdibujar esa sensación de seguridad alquilada que tan despreocupados nos tenía, asistiendo a la facultad, fichando en el trabajo, manteniendo el hogar, construyendo el noviazgo, etc.
Se siente un peso en los hombros, cuando hay que luchar constantemente contra los demonios, los propios y los ajenos. Y el peso es mucho, y la paciencia supongo que también…”
FIN
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