Como desde otro tiempo, recorría ese pueblo con sus historias al otro lado del río; todo se iba sucediendo sin un plan preestablecido, como ahora que –sin pensarlo-, Nicolás estaba escribiendo(le) esas líneas, mientras de fondo suena una guitarra que pulsa y ejecuta una bossa nova tan deliciosa, perfecto maridaje con el libro de Cortázar que empezó y con el hecho de salir de ahí (de la historia, de Juan en el restaurante Polidor una nochebuena en París, ese Ahí que a la vez podía ser su Allá, esa turbulenta sacudida bonaerense), levantar la vista y ver los ríos y las islas, las personas que disfrutan del mate y la buena compañía, con sus risas, los diálogos a los gritos, los niños que chapalean en el agua calma, que sólo se agita cuando una lancha (un puntito en la inmensidad) lo cruza, devolviéndoles un saludo desde la proa a esos niños que esperanzados levantan sus brazos y saludan con todas sus fuerzas –adivinando en su inocencia que tal vez eso sea la felicidad-. Sonrisa. Entre...
Algunos aman en amor la agitación como en el mar aman la tempestad (André Maurois)