Como de un sueño lejano, pero no tan sueño ni tan lejano, contempla admirado, absorto, maravillado, la calma en sus enormes ojos como galaxias, incrédulo ante su sonrisa inabarcable de inexpugnable simetría, cada detalle del marfil infinito de los dientes, la perfecta curva de su nariz, el sabor tan extrañado de su boca. Desconoce a qué razón sobrenatural atribuírselo, pero disfruta el poder recordarla en cada uno de sus elementos; cierra los ojos y sin dificultades la ve, la rearma recorriendo las calles de una ciudad tumultuosa, en un juego de miradas nerviosas, de sonrisas casi secretas, de abrazos cálidos e intermitentes. Verla sostener los libros en sus blancas y precisas manos, leyendo las contratapas de algún clásico, los poemas de oficina de Benedetti, cualquier título de Cortázar que despertara su curiosidad, verla feliz inmersa en esa calle llena de libros, de historia, que se transformaba en testigo de la coincidencia, danzando a su alrededor, recibiéndola. La qu...
Algunos aman en amor la agitación como en el mar aman la tempestad (André Maurois)