“La voy a extrañar, sé que lo voy a hacer, sé que por más que me cueste admitirlo va a ser así, un ciclo que comprende extrañarla, pensar en ella, en lo bien que lo pasamos, en esas ganas de que no llegara nunca más la despedida, en maldecir al Tiempo y al Espacio por jugarnos esta mala pasada (y habérselo dicho a Ella entre madrugadas, besos y libros de Historia). Recordar cada segundo compartido, sentir todavía su olorcito a piel y a su perfume infantil; voy tratando de guardar dentro mío el sonido de su risa y el tono de su voz, la forma en que decía mi nombre y la manera (hermosa, por cierto) en que me llamaba para que me recueste a su lado, lo que no podía resistir aun con mi voluntad más firme. Voy a extrañar todo eso, cada caricia, recorrer su figura con mis dedos en la noche, entre la oscuridad y nuestras charlas de sábanas calurosas, de miradas cómplices y sonrisas espontáneas, de historias de vida interrumpidas por un beso o que simplemente no llegaba a terminar de con...
Algunos aman en amor la agitación como en el mar aman la tempestad (André Maurois)