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CAPITULO I - “Otro día más extrañando a la mujer de la sonrisa perfecta”


“Hablamos en otro momento” –dijo- y la indiferencia retumbó en sus oídos aturdiéndolo, ensordeciéndolo, enmudeciéndolo. El silencio insoportable ganaba terreno, una, dos, cuatro, seis horas y junto a la tristeza y el desconcierto. Eran demasiadas sensaciones juntas para un día al extremo agobiante y que se hizo notar sobre sus hombros, pero no podía dejar de pensarla, aunque no como siempre.
Parecía mentira que en sus cuadernos haya escrito días atrás –escribir, el premio consuelo que nos da la distancia, como para dejarnos la ilusión del acercamiento piel a piel- que nuevamente había descubierto esa sensación de estar pensando en alguien y -mejor aún- que ese pensamiento era correspondido. Parecía mentira tanto cariño que brotaba de muy dentro, desbordándolos completamente, hoy se derroche tristemente a jirones por la inmensidad de aquella madrugada.
Escribía desde la tristeza, nuevamente. Lo que ayer iluminaba sus días (y sus sonrisas efectivamente lo hacían), hoy era soledad y noche y mate, en un loop infinito que lo incomodaba hasta el hastío.
Quedarían guardados hasta quién sabe cuándo aquellos versos que, en noches como ésta, había plasmado únicamente pensando en ella, en su sonrisa que lo desarmó por completo, que no le dejó ni el más mínimo recurso y que despojó cualquier argumento para resistirse a su encanto. Todo guardado… ese impulso ‘enfant terrible’ de salir corriendo a buscarla, sabiendo de antemano que era geográficamente imposible –claro- pero lo mismo correr y gritar que la quería, como ese grito de libertad que pocas veces se presenta y a los cuales no hay que dejar que pasen desapercibidos.
Siempre le pareció un contrasentido perfecto discutir con las personas que quiso a lo largo de su vida, y hoy nuevamente tenía el sabor amargo del adiós en la boca. Es que habían pasado de algo muy parecido al amor a algo mucho peor que el odio; se sumieron en el mar de indiferencia y a cada palabra, bañaban más y más los recuerdos en sus aguas.
Ella silenció todo tipo de explicación y sólo se limitó a aplazar por tiempo indefinido cualquier tipo de aproximación, quedando tantas cosas por decirse, tantas cosas estúpidamente pendientes. Y al momento de enredarse en la noche y en las metáforas, de tomar su mano en la distancia, de recibir –otra vez- su mirada, su sonrisa y su voz que tanto lo alegraba, no puedo evitar pensar (y sentir, principalmente) cómo todo se iba desmoronando.
Se sentó en la cama. Noche, por supuesto. La extrañaba y cada vez que pensaba en ella, nuevamente el nudo en el estómago, otra vez la soledad del silencio haciendo ruido. Se preguntaba –inútilmente- si de todas maneras no valió acaso tratar de sorprenderla. Ella sufría y él, con sus acciones, no ayudaba en nada a mejorar.
Definitivamente, ella no era una más en nada. Bastaba pensar nomás en que estaba todo el día en su cabeza, cada recuerdo de ella, por mínimo que fuera, le devolvía la paz que la rutina y los avatares cotidianos le habían quitado. No, no era alguien más. Su presencia se instaló en él, impregnándolo con la dulzura y la inocencia que la convertían en esas poquísimas personas que consideramos tan especiales, incluso en los actos del día a día, ella dejaba a su paso su aroma, su ternura, su ser.
Habían hablado tantas cosas y en cada cosa estaba ella, feliz e infinita, que con su sola presencia a la distancia lo hacía sonreír de la nada, como hacía tiempo no pasaba. No. Definitivamente no era una persona más.
No pudo soportar más ese océano silencioso que los separaba. Quiso que sepa que la extrañaba hasta los huesos, aunque a esta altura todo fuera inútil, aun quedaba ese último grito desgarrador, ese último ataque kamikaze, y luego sí, si habría que perder todo, al menos saber que lo intentó; extrañaba su sonrisa, sus palabras, su cariño de todos los días. La extrañaba y la pensaba –y viceversa- todo el día. Dos días sin hablar y se estaba transformando en una eternidad. La extrañaba en su cotidianeidad, en sus mensajes, en los planes que incluían encuentros y risas y abrazos y besos. Realmente la quería y el vacío que sentía porque no la sentía –vaya juego de palabras a esta hora-, le dijo a gritos que ella es única, especial, que se transformó en alguien muy importante en su vida. La extrañaba, y no era posible llenar el vacío que dejó la falta de esa sonrisa para que sus días sean de sol.
La quería más de lo que pudo demostrarle...
Extrañó sentirla feliz y ser quien robaba sus sonrisas, su cara sonrojada. La extrañó en sus grandes ojos, en el mar de sentimientos que generaba.
Ya no supo dónde se encontraba, perdió lentamente el contacto, no insistió más en eso de quererse, dejó simplemente que las cosas sigan su curso con la ayuda del tiempo. La extrañaba, claro, pero ya era tarde, mañana otra vez nuestra rutina, nuestras renuncias de todos los días. La recordó una última vez, leyendo los versos que aquel año nuevo escribió para ella…

“… de sonrisas están hechos nuestros pequeños mundos”


“Sonreíme, sin ningún tipo de fundamentos
te necesito así, creadora de sonrisas, ofreciéndome el fruto de tu creación
únicamente una sonrisa.

Sonreíme, por favor, no me niegues eso tan parecido al
paraíso que se desprende del sereno de tus ojos,
de la curva de tu boca, de tus labios de deseo.

Quemar las distancias, seguir el norte de tus ojos
llegar a vos, a tus brazos, a tu mirada y a tu tan necesaria sonrisa;
verte, por fin, basta de imaginarte –absurdamente- aquí y ahora.

En pocas horas amanece y aún no comprendo
(y, siéndote franco, tal vez no quiera comprender)
por qué no logro desprender tu sonrisa de mis ojos,
por qué no logro apartar de mí tu boca junto con el turbulento
mar de sentimientos que me genera.

Olas que van, te traen a mi lado, para verte y –una vez más-
admirar tu tan absoluta belleza.
Son olas que, por un instante, te dejan de este lado,
para luego devolvernos a nuestras rutinas de oficina,
de colectivos, de responsabilidades.

Sentirte cerca esta noche de saludos, de
“feliz año nuevo para vos y los tuyos” y
“gracias, pero quisiera que esté acá conmigo”;
esta noche de soledades compañeras
que arman versos y dibujan tu risa en
la oscuridad de mi cuarto y en la inmensidad
del mundo imaginario que me rodea
en plena madrugada, cuando aparece tu sonrisa haikú,
y siento ya quererte a través de ella, de tu sonrisa de juegos,
de música, de desconocidas melodías;
y si es todo eso, qué desatino estar tan lejos.”

Sonrió, cerró los ojos y la imaginó una última vez, se preguntó si ella también lo pensaba; volvió a imaginarla, desdibujados el uno del otro, esperándola quién  sabe hasta cuándo.”
Un Cronopio.



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