“Hablamos en otro momento” –dijo- y la indiferencia
retumbó en sus oídos aturdiéndolo, ensordeciéndolo, enmudeciéndolo. El silencio
insoportable ganaba terreno, una, dos, cuatro, seis horas y junto a la tristeza y el desconcierto. Eran demasiadas sensaciones juntas
para un día al extremo agobiante y que se hizo notar sobre sus hombros, pero no
podía dejar de pensarla, aunque no como siempre.
Parecía mentira que en sus cuadernos haya
escrito días atrás –escribir, el premio consuelo que nos da la distancia, como
para dejarnos la ilusión del acercamiento piel a piel- que nuevamente había
descubierto esa sensación de estar pensando en alguien y -mejor aún- que ese
pensamiento era correspondido. Parecía mentira tanto cariño que brotaba de muy
dentro, desbordándolos completamente, hoy se derroche tristemente a jirones por
la inmensidad de aquella madrugada.
Escribía desde la tristeza, nuevamente. Lo
que ayer iluminaba sus días (y sus sonrisas efectivamente lo hacían), hoy era
soledad y noche y mate, en un loop
infinito que lo incomodaba hasta el hastío.
Quedarían guardados hasta quién sabe cuándo
aquellos versos que, en noches como ésta, había plasmado únicamente pensando en
ella, en su sonrisa que lo desarmó por completo, que no le dejó ni el más
mínimo recurso y que despojó cualquier argumento para resistirse a su encanto.
Todo guardado… ese impulso ‘enfant
terrible’ de salir corriendo a buscarla, sabiendo de antemano que era
geográficamente imposible –claro- pero lo mismo correr y gritar que la quería,
como ese grito de libertad que pocas veces se presenta y a los cuales no hay
que dejar que pasen desapercibidos.
Siempre le pareció un contrasentido
perfecto discutir con las personas que quiso a lo largo de su vida, y hoy
nuevamente tenía el sabor amargo del adiós en la boca. Es que habían
pasado de algo muy parecido al amor a algo mucho peor que el odio; se sumieron en
el mar de indiferencia y a cada palabra, bañaban más y más los recuerdos en sus
aguas.
Ella silenció todo tipo de explicación y
sólo se limitó a aplazar por tiempo indefinido cualquier tipo de aproximación,
quedando tantas cosas por decirse, tantas cosas estúpidamente pendientes. Y al
momento de enredarse en la noche y en las metáforas, de tomar su mano en la
distancia, de recibir –otra vez- su mirada, su sonrisa y su voz que tanto lo
alegraba, no puedo evitar pensar (y sentir, principalmente) cómo todo se iba
desmoronando.
Se sentó en la cama. Noche, por supuesto.
La extrañaba y cada vez que pensaba en ella, nuevamente el nudo en el estómago,
otra vez la soledad del silencio haciendo ruido. Se preguntaba –inútilmente- si
de todas maneras no valió acaso tratar de sorprenderla. Ella sufría y él, con
sus acciones, no ayudaba en nada a mejorar.
Definitivamente, ella no era una más en
nada. Bastaba pensar nomás en que estaba todo el día en su cabeza, cada
recuerdo de ella, por mínimo que fuera, le devolvía la paz que la rutina y los
avatares cotidianos le habían quitado. No, no era alguien más. Su presencia se
instaló en él, impregnándolo con la dulzura y la inocencia que la convertían en
esas poquísimas personas que consideramos tan especiales, incluso en los actos
del día a día, ella dejaba a su paso su aroma, su ternura, su ser.
Habían hablado tantas cosas y en cada cosa
estaba ella, feliz e infinita, que con su sola presencia a la distancia lo
hacía sonreír de la nada, como hacía tiempo no pasaba. No. Definitivamente no
era una persona más.
No pudo soportar más ese océano silencioso
que los separaba. Quiso que sepa que la extrañaba hasta los huesos, aunque a
esta altura todo fuera inútil, aun quedaba ese último grito desgarrador, ese
último ataque kamikaze, y luego sí, si habría que perder todo, al menos saber
que lo intentó; extrañaba su sonrisa, sus palabras, su cariño de todos los días.
La extrañaba y la pensaba –y viceversa- todo el día. Dos días sin hablar y se
estaba transformando en una eternidad. La extrañaba en su cotidianeidad, en sus
mensajes, en los planes que incluían encuentros y risas y abrazos y besos.
Realmente la quería y el vacío que sentía porque no la sentía –vaya juego de
palabras a esta hora-, le dijo a gritos que ella es única, especial, que se
transformó en alguien muy importante en su vida. La extrañaba, y no era posible
llenar el vacío que dejó la falta de esa sonrisa para que sus días sean de sol.
La quería más de lo que pudo demostrarle...
Extrañó sentirla feliz y ser quien robaba
sus sonrisas, su cara sonrojada. La extrañó en sus grandes ojos, en el mar de
sentimientos que generaba.
Ya no supo dónde se encontraba, perdió
lentamente el contacto, no insistió más en eso de quererse, dejó simplemente
que las cosas sigan su curso con la ayuda del tiempo. La extrañaba, claro, pero
ya era tarde, mañana otra vez nuestra rutina, nuestras renuncias de todos los
días. La recordó una última vez, leyendo los versos que aquel año nuevo
escribió para ella…
“…
de sonrisas están hechos nuestros pequeños mundos”
“Sonreíme, sin ningún tipo de fundamentos
te necesito así, creadora de sonrisas,
ofreciéndome el fruto de tu creación
únicamente una sonrisa.
Sonreíme, por favor, no me niegues eso tan
parecido al
paraíso que se desprende del sereno de tus
ojos,
de la curva de tu boca, de tus labios de
deseo.
Quemar las distancias, seguir el norte de
tus ojos
llegar a vos, a tus brazos, a tu mirada y a
tu tan necesaria sonrisa;
verte, por fin, basta de imaginarte
–absurdamente- aquí y ahora.
En pocas horas amanece y aún no comprendo
(y, siéndote franco, tal vez no quiera
comprender)
por qué no logro desprender tu sonrisa de
mis ojos,
por qué no logro apartar de mí tu boca
junto con el turbulento
mar de sentimientos que me genera.
Olas que van, te traen a mi lado, para
verte y –una vez más-
admirar tu tan absoluta belleza.
Son olas que, por un instante, te dejan de
este lado,
para luego devolvernos a nuestras rutinas
de oficina,
de colectivos, de responsabilidades.
Sentirte cerca esta noche de saludos, de
“feliz año nuevo para vos y los tuyos” y
“gracias, pero quisiera que esté acá
conmigo”;
esta noche de soledades compañeras
que arman versos y dibujan tu risa en
la oscuridad de mi cuarto y en la
inmensidad
del mundo imaginario que me rodea
en plena madrugada, cuando aparece tu
sonrisa haikú,
y siento ya quererte a través de ella, de
tu sonrisa de juegos,
de música, de desconocidas melodías;
y si es todo eso, qué desatino estar tan
lejos.”
Sonrió, cerró los ojos y la imaginó una
última vez, se preguntó si ella también lo pensaba; volvió a imaginarla, desdibujados el uno del otro, esperándola quién sabe hasta cuándo.”
Un Cronopio.
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